En 1953, escribió Abatid los Bastiones donde defendió que la Iglesia no podía aparecer en el mundo moderno como una enemiga del mismo o una fortaleza cerrada, sino que su vocación trascendente tenía que llevarla a una apertura, asimilando los nuevos sistemas y dejándose interperlar para renovar los tesoros olvidados o aún no descubiertos que contiene el depósito de la fe.