El canto incesante de las ranas, el aroma de la campiña, el susurro elocuente y misterioso de la naturaleza, los relámpagos fantásticos e incesantes que en el horizonte presagiaban, según el ama de llaves, fuertes calores para el siguiente día; de tiempo en tiempo el canto monótono del labrador que iba a dar agua a una pareja, cuyas sonoras campanillas le hacían el acompañamiento; el vuelo rápido del murciélago que cruzaba indeciso a cada instante por delante del balcón; los regaños del ama en la cocina, que entre el charrasqueo de la sartén se destacaban, con poco placer de los criados a quienes iban dirigidos, y tantos otros ecos y fenómenos que en las noches de verano se perciben en el campo, abstraían de tal modo al forastero...