Era la hija del barquero; una niña tan mona y delicada como si hubiera nacido de padres nobles; si hubiese estado bien vestida nadie habría sospechado que procedía de tan baja estofa.
IX Pero caer de cabeza, en esta noche sin luna, en medio de esta maleza, junto a la negra laguna... — —¿Tú eres Caronte, el fúnebre
barquero?
Antonio Machado
-Entonces -dijo el
barquero-, haz el favor de decirme si debo permanecer siempre en este puesto sin ser relevado nunca. -Espera -le contestó-, y te lo diré a mi regreso.
los Hermanos Grimm
su destino era éste: jamás sentiría el cariño de nadie. Arrojado de la tierra firme, fue a remar en una mísera lancha, mientras el
barquero bebía.
Hans Christian Andersen
-Gracias -la contestó-; creo que esto va bien; pero necesito además saber tres cosas: por qué una fuente que manaba siempre vino, no mana ya ni aun agua; por qué un árbol que daba manzanas de oro, no produce ya ni aun hojas, y si cierto
barquero debe permanecer siempre en su puesto sin ser relevado nunca.
los Hermanos Grimm
Al día siguiente, los niños fueron colocados en una barca, sobre la leña; Ib miraba desde allí, con los ojos muy abiertos y casi se olvidaba de comer su pan y sus murtones. El barquero y su compañero hacían resbalar la barca por el hilo de la corriente, a través de los lagos que forma el río.
-la preguntó con curiosidad. -He soñado con un
barquero que se queja de estar pasando siempre el río con su barca, sin que le reemplace nunca nadie.
los Hermanos Grimm
Como otra María Egipciana, que pagaba con su cuerpo al barquero que la hacía cruzar el río, la santa del desierto salitrero comenzó por estar atada como un perro en el inmundo tambo de un chino, fue asesina brutal y fue aventurera de sublime misión.
el tonto -repuso el diablo-, no tiene mas que poner el remo en la mano al primero que vaya a pasar el río y quedará libre, viéndose el otro obligado a servir a su vez de
barquero.
los Hermanos Grimm
Cuando llegaron al sitio en que habitaba el compañero del barquero, a cuya casa debían ir, los dos hombres ataron con solidez la barca a la orilla y se alejaron no sin recomendar a los niños que se estuvieran muy quietos.
—Ese es, y cuando llegan a la Cabeza del Moro, desaparecen por la izquierda. Después, el diablo y ellos sabrán a dónde se dirigen —respondió el
barquero.
Gustavo Adolfo Bécquer
-¡Ella es! -murmuró entre dientes el
barquero-. ¡No parece sino que esta noche anda revuelta toda esa endiablada raza de judíos !...
Gustavo Adolfo Bécquer