Vamos a buscar a dos adolescentes perfectas”, dijeron a buscar a sus hijas. Fueron verdaderamente blancas doncellas. Se les recomendó entonces a aquellas adolescentes: “Oh hijas nuestras, id al río a lavar los vestidos.
Bailábanle los ojos en el caxco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar.
Miren cómo alegran el camino la acansinada recua; el arriero que dormita delegando su misión en el liviano; la galera que cruje amenazando romperse en las desigualdades del terreno; algún que otro poderoso de los caseríos próximos, que pregona lo holgado de su vivir merced a lo flamante de su indumentaria y a lo bien enjaezada que luce la fuerte cabalgadura; el ventorrillero que reposa bajo el verde parral con la barba en el pecho y sobre el abdomen las encallecidas manos, y miren cómo delante de una de las blancas alcubillas...
Pues, ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara!
Resultaba extraño, e incluso pensándolo bien, inquietante a la larga, aquella solitaria velada de un enmascarado recostado en un sillón, en el claroscuro de un piso bajo atestado de objetos, aislado por los tapices, con la llama alta de una lámpara de petróleo y el vacilar de dos largas velas blancas, esbeltas, como funerarias, reflejadas en los espejos colgados del muro ¡y De Jacquels no llegaba!
Pero si hay algo que me asuste más que una mujer, es una señora, y, sobre todo, una señora inocente y sensible, con ojos de paloma y labios de rosicler, con talle de serpiente del Paraíso y voz de sirena engañadora, con manecitas
blancas como azucenas que oculten garras de tigre, y lágrimas de cocodrilo capaces de engañar y perder a todos los santos de la corte celestial...
Pedro Antonio de Alarcón
La llama de la vela ascendía como aspirada por el inmenso silencio. Pasaron horas y horas. Las paredes,
blancas y frías, se oscurecían progresivamente hacia el techo... ¿Qué es eso?
Horacio Quiroga
En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados; en otra, confites y caramelos; colgaban manzanas doradas y nueces, cual si fuesen frutos del árbol, y ataron a las ramas más de cien velitas rojas, azules y
blancas.
Hans Christian Andersen
Cuervo, los cuatro animales anunciadores de la noticia de las mazorcas amarillas, de las mazorcas blancas nacidas en Casas sobre Pirámides, y del camino de Casas sobre Pirámides.
Ya a la vista de la costa danesa -las
blancas dunas de Jutlandia occidental- se levantó una tormenta, y el barco encalló en un arrecife; el embravecido mar amenazaba con destrozarlo, sin que sirviesen los botes de salvamento.
Hans Christian Andersen
Grandes palmeras se alzaban esbeltas hasta el techo; el sol parecía hacerlas transparentes, y a sus pies crecía una rica vegetación con flores rojas como fuego, amarillas como ámbar y
blancas como nieve recién caída.
Hans Christian Andersen
-exclamó el compañero-. Mucho dinero valdrán, tan
blancas y grandes; ¡voy a llevármelas! ¿Ves ahora cómo estuve acertado al hacerme con el sable?
Hans Christian Andersen