Lo botamos sin dificultad, aunque sólo por milagro no se volcó al tocar el agua, y embarcaron en él el capitán y su esposa, Wyatt y su familia, un oficial mexicano con su esposa y sus cuatro hijos, y yo con mi criado de color.
Y que como no se acostumbren, el que no se acostumbre a ser un ciudadano ejemplar, el que no se acostumbre a andar tranquilamente en su perseguidora —que ya no es perseguidora, sino carro patrullero, porque ya no persigue a nadie—, y con cara de bueno y respetando la luz roja, como la respeta todo el mundo aquí, le quitamos el carro patrullero, le quitamos el arma, le quitamos la perseguidora y lo botamos de ahí (APLAUSOS).
Podían pensar eso del pueblo cuando tenían 50 000 hombres sobre las armas y el pueblo no tenía ni un fusil ni un hombre armado; pero ahora, que se encaramaron y los botamos (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES); ahora, cuando el pueblo que no tenía ejército, que no tenía fusiles, que no tenía nada, a la vuelta de dos años se aparece con los tanques, los cañones, los aviones, los fusiles en la mano (EXCLAMACIONES), un pueblo que no tenía un solo fusil y los tiene hoy todos en la mano, a ese es un pueblo que hay que respetar.