La empujaban, la magullaban, la pellizcaban algún chusco sin entrañas, de esos que en la ocasión más grave alardean de buen humor; pero ella consiguió al fin situarse en primera fila, en sitio preferente, al paso de los enfermos que iban ocupando las camillas.
Ya era uno que, formando un montón de piedras, subíase encima y predicaba su doctrina política o religiosa; ya otros mil que llegaban caían sobre él, lo derribaban de su pedestal, y con aquellas mismas piedras lo magullaban hasta dejarlo semimuerto.