Volvieron a llamar a esto a la puerta de la calle, e instantáneamente la abrió Teresa, lo cual demostraba que no había dado un paso desde que se marchó la visita; y entonces se oyeron estas exclamaciones de Angustias: -¿Por qué nos aguardabas con el picaporte en la
mano?
Pedro Antonio de Alarcón
¡Aquí tiene usted al oso enjaulado y aburrido, deseando tener con quién pelear! ¿Quiere usted que echemos una
mano al tute? Pero...
Pedro Antonio de Alarcón
Dieron éstos un paso más hacia los convidados, y hallaron que la mayor parte estaban ya muertos, con la cabeza caída hacia adelante, los brazos extendidos sobre la mesa, y la
mano crispada en la empuñadura de los sables.
Pedro Antonio de Alarcón
-profirió Angustias con religiosa gratitud, cogiendo y estrechando la
mano de don Jorge, a pesar de los esfuerzos que hizo éste por retirarla-.
Pedro Antonio de Alarcón
He aquí lo que dice en su obra De las conspiraciones y la justicia política, página 166: “¿Qué hará el Gobierno que ve agitarse bajo su mano la sociedad mal administrada?
¡Asesina a la buena señora, hablándole de insolvencia y de ejecución, al pedirle los honorarios, para ver si la obligaba a darle la
mano de usted; y ahora quiere comprar esa misma
mano con el dinero que le sacó por haber perdido el asunto de la viudedad...
Pedro Antonio de Alarcón
Doña Teresa había muerto al sentir en su
mano los besos y las lágrimas del Capitán Veneno, y una sonrisa de suprema felicidad vagaba todavía por los entreabiertos labios del cadáver.
Pedro Antonio de Alarcón
También el tirano pidió al Gobierno de Chile la extradición de Sarmiento para ser juzgado por traición y falta de patriotismo. Tengo a mano un párrafo de la altiva carta que Sarmiento dirigió en esa ocasión al Presidente de Chile.
No veía. Llevéme la
mano a los ojos como para quitarme una venda, y me toqué los ojos abiertos, dilatados.... ¿Me había quedado ciego?
Pedro Antonio de Alarcón
Y mientras la Loba reía con torpes carcajadas del espectáculo del cura sacando la lengua, a tientas la
mano impulsó el arma. La terrible argolla de las manos de la capitana se abrió y ella cayó hacia atrás con el pecho atravesado...
Emilia Pardo Bazán
¡no apriete usted tanto!), qué bonitamente, sin pararse en eso de la inmovilidad (¡caracoles, qué
mano dura tiene usted!), me llevan cuatro soldados a mi casa en una camilla, y terminan todas estas escenas de convento de monjas!
Pedro Antonio de Alarcón
-¡Qué se ha de morir usted, señora! -respondió don Jorge, estrechando la ardiente
mano de la enferma-. Esta es una congoja como la de ayer tarde...
Pedro Antonio de Alarcón